Los Reyes Magos hoy serían moteros. Y esta es la historia de su viaje.
Gaspar, Melchor y Baltasar se conocieron a través de internet hace algunos años. Formaban parte de un mismo moto club, aunque vivían a miles de kilómetros de distancia. Los tres eran repartidores de la misma empresa en sus respectivos países, pero jamás habían coincidido. A menudo hablaban de lo mucho que les gustaría conocerse para dejar de lado la frialdad del ordenador y el Whatsapp. Siempre comentaban la posibilidad de coincidir en algún Gran Premio. Además, los tres eran seguidores del equipo Repsol Honda desde los tiempos de Doohan y Crivillé. Siempre bromeaban con la posibilidad de coincidir en algún circuito para llevarle algún paquete a los pilotos.
Fue Gaspar el que una noche decidió romper el hielo en el chat. Estaban hablando de la temporada anterior, de cómo todo se había decidido en la última carrera, de cómo les habría encantado estar en las gradas.
– Chicos, ¿por qué no nos animamos este año a ir a un Gran Premio? ¿No estáis ya cansados de verlos por la tele?
– La verdad es que llevo tiempo dándole vueltas -respondió Melchor-, pero nunca me había atrevido a lanzar la idea… ¡Cuenta conmigo!
– ¡¡No hay dos sin tres!! Yo también me apunto -añadió Baltasar.
Aquella conversación terminó en un bonito reto: se verían en el primer GP del Campeonato, en el Losail International Circuit de Qatar. Pero antes tenían que ahorrar lo suficiente para poder permitirse el viaje. Por eso cogieron el trabajo más complicado, el que ningún compañero nunca quería hacer porque es el más duro. Tendrían que llevar un regalo a un niño por continente. Y tendría que ser todo en una misma noche, la del 5 de enero, cuando se cumplía el aniversario de la compañía, nacida hace más de 2.000 años.
Melchor, Gaspar y Baltasar unieron fuerzas para asumir el desafío. Hablaron con sus respectivos jefes y les dijeron que ellos tres se encargarían de una misión que normalmente asumían cinco personas. Tenían sus motos y con ellas se veían capaces de llegar hasta el fin del mundo si hacía falta.
Tras una larga discusión con su jefe, lograron que América del Norte y del Sur fueran considerados un solo continente. Fue una dura negociación, pero si no era así, el plan corría riesgo de fracasar. Gaspar, que era el más ducho en temas organizativos, planteó dividirse el planeta. Él se quedaría con Asia y Oceanía, Melchor se haría cargo de Europa y África y Baltasar se ocuparía de América y la Antártida. El jefe les prometió no solo pagarles el viaje a Qatar sino también conseguirle un pase VIP para que pudieran conocer a sus ídolos. Aquello les dio mucha fuerza.
Quedaron en verse. La cita fue en Belén, en la sede de Wise Men, el nombre de la empresa de mensajería. Se hospedaron en un hotel humilde. El encuentro fue muy emotivo. Tantos años hablando con el teclado… Tras unos largos abrazos y alguna que otra lágrima, se pusieron manos a la obra para organizar la misión. Seis continentes para tres personas en una sola noche no sería cosa fácil.
Durante las semanas anteriores estuvieron poniendo a punto las motos y preparando toda la equipación. Baltasar era el que lo tenía más complicado, pues debía pisar terreno helado y necesitaba ropa especial. También cambió las ruedas de su Honda XR porque con las que llevaba se habría caído con la primera capa de hielo. La idea era volar hasta Tierra de Fuego, la parte más al sur de Argentina, y desde ahí, saltar al continente helado. ¿Pero encontraría alguna casa para dejar un regalo?
Gaspar tuvo que estudiar muy bien la ruta para conseguir un avión que, de noche, le llevara desde Singapur a la ciudad australiana de Darwin. Dejaría un regalo en cada ciudad y misión cumplida. Por su parte, Melchor tenía prevista una ruta motera hasta Tarifa, donde cumpliría con la parte europea, para luego tomar un barco hasta Tánger y hacer los deberes con África. A mediados de diciembre se despidieron y pusieron rumbo con sus motos hacia su objetivo. Ya con los cascos puestos, se desearon suerte y se prometieron que cada noche intentarían buscar el planeta Júpiter, y que ese astro sería su vínculo de unión durante la aventura. Si no lo perdían de vista, significaba que estaban en la buena dirección.
Fueron unos días difíciles. Duros. Momentos de mucha soledad y frío. Pero valía la pena. Se mandaban ánimo y fotos a través del móvil. Compartían anécdotas, averías en la moto, se explicaban la ruta del día, el encuentro con otros moteros. Melchor casi pierde los paquetes en un cambio de rasante. Se le levantó la rueda delantera y se desequilibró. La moto empezó a culear y finalmente pudo evitar la caída poniendo los dos pies en el suelo cuando ya parecía todo perdido. Gaspar tuvo problemas con el visado al atravesar Tailandia y Vietnam, y se vio con el agua hasta las rodillas cuando una terrible tormenta le atrapó en Rangún. Tampoco lo tuvo fácil Baltasar, que perdió un guante y tuvo que fabricarse uno con la manga de un forro polar. Casi pierde un par de dedos en su travesía hasta Ushuaia.
La noche del 5 de enero, los tres estaban en su sitio. Con el cambio horario, Melchor fue el primero en ponerse a prueba. Estuvo a punto de perder el vuelo, pero finalmente logró entregar los regalos en los casas de Singapur y Darwin. En todos los paquetes se podía leer el mismo mensaje: “Porque has sido un buen chico o buena chica, aquí tienes tu regalo. Firmado: WM (Wise Men)”
Le siguió Baltasar, que en Tarifa dejó un regalo en casa de una pareja joven de surferos que tenían un niño de cinco años. Cogió el barco y se plantó en Tánger en pocas horas. Ahí eligió el hogar de un matrimonio con tres hijos. Gaspar fue el último. Con temperaturas insoportables, fue el que peor lo pasó de los tres. Pero en su cabeza solo oía el rugir de las máquinas de MotoGP, con él en la recta de salida, vibrando con sus dos amigos. Entre lágrimas, logró completar la misión. Aunque en la Antártida tuvo que conformarse con los científicos de una expedición holandesa que estaba estudiando los efectos del cambio climático en el continente helado. Su mensaje de “conseguido” desbordó la alegría del equipo. Los tres, repartidos en tres esquinas del mundo, lloraron como niños.
Volvieron a encontrarse en Belén tres semanas después. Ya era febrero. El jefe, y buena parte de la empresa, les recibieron entre aplausos. Eran los héroes de Wise Men, no se hablaba de otra cosa. El presidente de la compañía les entregó el cheque para el viaje y las entradas VIP para el GP de Catar. No se lo creían. Por fin. Las motos de verdad. En directo. Tal fue el revuelo, que la empresa decidió darles un par de meses de vacaciones. Y ellos, ni cortos ni perezosos, decidieron que se irían en moto hasta el circuito. Sin prisas. Fue la mejor ruta que han hecho nunca.
Llegó el día de la carrera. Se sentían tres reyes magos capaces de cualquier cosa. Ellos y sus motos. Rodeados de los suyos. Semáforo en verde. El mejor regalo posible.