Todas las pasiones tienen un origen. También el amor por las motos. Puede que fuera porque papá no se perdía una sola carrera de Ángel Nieto, de Doohan o de Alex Crivillé. Y ahí estábamos nosotros, observando cómo arañaba los brazos del sofá en cada curva, absorbiendo su vocabulario, asumiendo su entusiasmo como propio. O quizás sea porque la Navidad nos solía traer una pequeña moto con la que descubrimos el mundo de las dos ruedas. Y desde ahí hasta hoy, cuando pilotamos orgullosos nuestra propia máquina y seguimos a los pilotos del Mundial como si no hubiera un mañana. ¿Pero cómo han evolucionado las motos de juguete a lo largo de los años? Mucho. Lo que no ha variado nada es la ilusión con la que jugamos con ellas.
Podemos encontrarlas en mercados callejeros, bazares o anticuarios. También en algunos museos. Y la verdad es que da reparo cogerlas y probarlas. Porque algunas motos de juguete son auténticas obras de arte. No lo eran en el momento en el que fueron creadas, cuando un niño, en la primera mitad del siglo XX, recibía como regalo esa moto de hojalata, estampada con troquel para darle forma y que se movía por fricción o con la fuerza de la mano. Para adentrarnos más y mejor en este mundillo, nada mejor que preguntarle a un experto como Emilio Aleman de la Escosura, una de las personas que más sabe de juguetes en nuestro país. Lleva más de 40 años coleccionándolos. Y tiene a bien charlar un rato con Box Repsol.
Su blog en internet es una vitrina estupenda para bucear en la historia de los juguetes. Llegó a albergar más de 1.500 piezas que terminó donando al Ministerio de Cultura. A sus 64 años sigue coleccionando. “Es una enfermedad que no se cura”, bromea. Cuenta que las motos de juguete son el reflejo “de la propia historia del motociclismo”. Pero con algunas variaciones temporales, ya que los fabricantes alargaban los modelos unos años más para sacarles el máximo partido comercial. “Por eso en los años 50 era habitual encontrar motos de juguete que representan a pilotos de los años 30 o 40”. “Era necesario amortizar los moldes, por eso primero pasaban de moda las de verdad y al cabo de unos años, las pequeñas de juguete”, detalla Emilio.
Las motos de entonces solían sostenerse sobre un par de ruedines y eran una “reproducción fidedigna de las máquinas de la época”. Del mismo modo, los motoristas eran el vivo reflejo del momento contemporáneo, “con gafas de aviador, casco abierto y botas de montar”. Triunfaban las réplicas de motos de la policía, con el agente debidamente vestido con su uniforme oficial. También los sidecars, que eran muy populares. Era tal el nivel de detalle de las motos de juguete que gracias a ellas se puede estudiar, además de la indumentaria y el diseño, cómo fue cambiando la posición sobre la máquina. “Son la interpretación para niños de lo que en cada momento llevan los mayores”, explica este coleccionista, buen amigo del desaparecido Ángel Nieto.
A mitad de siglo, relata Emilio, las motos de juguete eran muy populares, ya que por las calles había casi más vehículos de dos ruedas que de cuatro. “La gente no tenía dinero para comprar un coche, así que muchas familias se movían en moto. Ahora vemos lo mismo en países asiáticos, con el padre, la madre y un niño montados, cargando incluso maletas y animales”. Por eso también había tantas motos de juguete con sidecar, porque en ciudades y pueblos eran muy habituales para cargar cosas.
A partir de los años 50 empezó a imponerse el plástico. Hubo una etapa mixta en la que todavía se usaba el metal, pero el tránsito fue rápido, ya que el montaje era más económico y rápido. “Los clásicos como yo preferimos las de hojalata -admite Emilio-, pero tengo que admitir que se han hecho cosas muy bonitas con el plástico”.
El cambio más radical se produjo en los 70 con las primeras motos teledirigidas. Al principio eran muy rudimentarias, con cuatro funciones básicas que llegaban a través de un inmenso mando. Con el tiempo la cosa se fue sofisticando, hasta nuestros días, cuando la tecnología parece haber tocado techo, con motos autónomas capaces de hacer de todo. Por suerte los más pequeños pueden echar mano de las de toda la vida, moviéndolas con la mano a su antojo. No lo saben, pero están jugando con un pedazo de nuestras vidas. En definitiva, tal y como describe Emilio Aleman, los juguetes “quizás sean un arte menor, pero son una ciencia auxiliar que nos ayuda a comprender la historia”.
Foto cabecera: Lord Enfield | flickr