Una vez llegados a la Luna, y mientras el compañero de misión Michael Collins esperaba en la órbita lunar a bordo del módulo de mando, Armstrong habría tenido un par de horas, las que pasó explorando el terreno junto al astronauta Buzz Aldrin, para darse una vuelta en moto. Parece imposible, ¿verdad? Pues la cosa estuvo a punto de hacerse realidad, aunque en misiones posteriores a la del Apolo 11, que el 20 de julio de 1969 dio “un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”.
Se tiene muy poca información sobre la moto diseñada por la agencia espacial de Estados Unidos. La moto, muy parecida a una Honda Z50 de la época, se probó en agosto de 1969, tal y como queda reflejado en una de las pocas imágenes que se guardan del invento. En ella, un astronauta, rodeado de varios técnicos, la examina a bordo de un Boeing KC-135 que permitía realizar tests de ingravidez.
Este modelo de avión fue usado para reproducir las condiciones de la Luna desde 1957 hasta el 2004, cuando fue sustituido por el Navy C-9. De este modo, el astronauta podía experimentar las mismas sensaciones que tendría sobre el terreno lunar. Sorprende el reducido tamaño de los neumáticos y la sencillez de la moto de la imagen, muy ligera y con un motor eléctrico que daba tracción a la rueda trasera. Curioso que se echara mano de esta tecnología, cuando estaba a muchas décadas de eclosionar.
En otras fotos aparece un astronauta a lomos de lo que parece una Honda CT90 sobre un suelo que simula el arenoso terreno lunar. Llegaron a la conclusión de que el piloto tendría que tumbar demasiado la máquina para poder girar y sortear la gravedad del satélite, que es una sexta parte que la terrestre (los cuerpos en la Luna pesan un 16,6% de lo que pesarían en la Tierra).
La moto lunar debía remplazar al Rover, un pequeño kart que se demostró muy efectivo, en la misión del Apolo 15 de 1971 en caso de que sufriera algún tipo de avería. También se usaría en visitas posteriores al espacio, pero eso nunca llegó a producirse porque la Nasa acabó por descartar el proyecto a favor de otros vehículos lunares más solventes. Básicamente, de cuatro ruedas.
Antes de que Estados Unidos iniciara el programa Apolo, el Presidente Kennedy dio órdenes de que se estudiara a fondo la manera de colocar a un hombre en la Luna. No le faltaban razones: la Unión Soviética les había pasado la mano por la cara al poner al primer ser humano en órbita.
En la edición de mayo de 1972 de la revista AMA News, de la American Motorcyclist Association, se detallaban las razones del fiasco. En resumen, “los vehículos lunares de cuatro ruedas son una necesidad, y los de dos ruedas, un lujo”.
De haber triunfado la idea, quizás Armstrong o sus predecesores habrían podido dejar en la Luna, además de su huella, alguna que otra rodada. Como escribió alguien en un popular foro de internet, “pilotar una moto sobre la Luna es la cosa más ‘cool’ que un ser humano podría hacer en la historia de la humanidad”.
Armstrong no pudo cumplir el sueño de ir en moto por la Luna. Pero sí se llevó una buena sorpresa cuando regresó a casa, ya que la marca española Montesa, por expreso deseo de su propietario, Pere Permanyer, le mandó una de sus motos a casa.
Quizás algún día, lejano, todo haya avanzado tanto que incluso el Mundial de Motos tenga su propio Gran Premio de Luna. Todo llegará.
Foto de cabecera: Nasa