Pocas personas pueden alardear de tener cerca de 350 motos en casa. En el caso de Ricardo Fracés (Benifato, 1946) no veréis ni una sola chulería en su discurso. Y las tiene. Distinguiréis orgullo. Y una pasión desmesurada por las máquinas de dos ruedas. Iba para agricultor, como sus padres. Pero a los 30 años dio un giro a su vida y abrió un restaurante que se ha convertido en un clásico del valle del Guadalest, en la provincia de Alicante. Le sirvió para prosperar. Y para dar forma a su sueño.
A sus 70 años, y con cinco nietos, sigue hablando de las motos como un chiquillo. “No tengo ni idea de dónde puede estar porque no lleva móvil y no se está quieto”, cuenta uno de sus dos hijos, en conversación telefónica con Box Repsol. Al rato llama el propio Ricardo. El patriarca. Por fin han dado con él. “Pregunte lo que quiera que me gusta mucho hablar de mi colección”. La mitad de esas 350 joyas forman hoy uno de los museos más peculiares de España.
Pilotó su primera moto con 10 años. Era una Vespa de su padre y, como es lógico, se le cayó el pelo cuando se enteraron. “No tocaba el suelo con los pies. Me querían matar, pero bueno, al final entendieron que eran cosas de niños. Supongo que mis nietos lo harán tarde o temprano…”. Bromea sobre su infancia, sobre los años que pasó trabajando de sol a sol en la almazara, la prensa de la que obtenían el aceite. A pesar de las travesuras, sus padres le compraron la primera moto a los 18 años. Si no puedes con tu enemigo, únete a él.
Todo cambió con el restaurante, al que le siguió una tienda contigua “con productos de la tierra”. El primer dinero que dio el negocio lo usó para comprarse una moto, una preciosa Montesa H6 “todo terreno”. Su mujer, Amparo, le dijo de todo. “Mi señora casi me mata, pero me lo perdona todo”. Poco a poco fue ampliando su garaje. Eran los años 70, cuando el país estaba repleto de motos que con el tiempo se convertirían en auténticos clásicos. Ricardo viajaba por la geografía nacional. También por Francia. Escudriñaba almacenes y parkings polvorientos en busca de perlas olvidadas que se llevaba a casa para restaurarlas con todo el cariño del mundo. Por eso cuando se refiere al museo de motos que abrió hace 15 años pide dejar clara una cosa: “La gente quizás piense que tengo más dinero que un torero. Pero no. Esto no se ha hecho a base de talonario, sino con mucho esfuerzo, limpiando, reparando y buscando piezas por todas partes”.
Ahora ya no es como antes. Ya es prácticamente imposible encontrar motos antiguas en casas de particulares. Lo bueno de Ricardo Fracés es que todo el mundo le conoce. Y eso significa que son las motos las que le buscan a él. Una de las últimas adquisiciones es una Montesa B-46, conocida como ‘La Iaia’, uno de los primeros modelos de la mítica marca catalana.
A parte de las 170 motos expuestas en su colección, en el sótano aguardan otras 170 máquinas. No es que estén hechas polvo. Son repetidas, y en eso, Ricardo quiere ser honesto. No quiere que el museo tenga mucha cantidad, que sea todo lo mismo. Le gusta que la gente se dé una vuelta por la historia a través de sus motos. Cada una de ellas dispone de una placa con toda la información. Lo que no explica ese papel es cómo la consiguió, cómo pasó horas que robaba al restaurante y a la familia intentando reanimarlas. Hasta conseguirlo. “Me suelen decir que mi museo está muy bien puesto. Me gusta que esté todo limpio, sin una mota de polvo; que esté bonito”. Es, sin duda, su tercer hijo. En su garaje también brillan algunos coches peculiares. A él le gusta especialmente un “Renault 5 Turbo 2 de culo ancho, igual que el que usaba Carlos Sainz en sus inicios en los Rallys”. También sobresalen un Lancia Integrale y un Clio V6 que define como “un maquinón”.
Con sus 70 primaveras, este hombre amable sigue moviéndose en moto por la Comunidad Valenciana. Suele pilotar una BMW R12 con sidecar. “Negra, preciosa, del año 1936. En Alemania la llamaban ‘la dama de hierro’. La usamos con Amparo para ir a pasear. Vamos a Benidorm a tomar un helado, a dar una vuelta…”. De tanto arrancar motos con la patada, el pie derecho le ha quedado algo maltrecho. Pero no se resigna. “Ya no tengo la fuerza de antes, pero si no es a la primera, las arranco a la segunda”. Y si no, ahí estarán sus dos hijos y cinco nietos.
Ricardo vio correr a Ángel Nieto en circuitos valencianos. Se acuerda de una ocasión en la que el piloto de Zamora se pasó de frenada en un trazado urbano y se llevó a medio público por delante. “Hubo algún herido, pero nada serio. ¡A mi me rozó!”. De las carreras de hoy, dice admirar a Dani Pedrosa porque le parece “muy personita”. “Nunca le he visto hacer una locura; me gusta eso”. De Marc Márquez asegura que es “una locura”, que le deja sin palabras. “Antes rozaban el pie en las curvas, ahora rodilla y codo. Acabarán tocando la cabeza, ya lo verás”.
Sobre el futuro, lo único que busca es cuidar de los suyos y de lo suyo. Por eso no piensa inculcar en sus nietos la pasión por las motos. “Son muy peligrosas y si tuvieran un accidente, mis nueras me echarían la bronca”. Ricardo Fracés: genio y figura.