The world’s fastest indian es una película que te dejan buen cuerpo. Si además te gustan las motos, te va a alegrar el día. No se acaba de estrenar ni es un alarde de efectos especiales. Pero cuenta la historia de uno de los moteros más locos, apasionados, optimistas y simpáticos que ha dado la historia. Te presentamos ‘Burt Munro; un sueño, una leyenda’.
Que el oscarizado actor Anthony Hopkins se prestara a interpretar el papel principal ya dice mucho tanto de la película, estrenada en el 2006, como del guión.
Se mete con maestría en la piel de Burt Munro (1899-1978), un hombre cuya vida giró siempre en torno a las motocicletas. Pero no nos muestra sus años de locuras juveniles. Nos presenta un tipo que ya ha superado de largo los 60, con una mentalidad abierta, alegre, de una deliciosa inmadurez. Un detalle maravilloso: cada mañana, para desesperación de su vecino, orina en su limonero porque está convencido de que no hay mejor abono para el árbol. “No hay que desaprovechar nada”, dice el excéntrico soñador.
En la cinta pronto queda claro el espíritu aventurero e imprevisible de Munro cuando un grupo de jóvenes le retan a una carrera por la playa. El momento de la competición, por cierto, nos regala escenas maravillosas repletas de motos clásicas de los años 50 y 60 en la Nueva Zelanda en la que se desarrolla la primera parte de la película.
Desde el punto de vista del motero, ‘Burt Munro; un sueño, una leyenda’ es toda una inspiración. Porque va mucho más allá de lo buena que es la historia de este hombre que batió el récord de velocidad a lomos de la Indian Twin Scout que cada noche tuneaba para que fuera la más rápida del planeta.
El esfuerzo y dedicación, la entrega máxima a la moto, el mimo con el que la prepara, sus conocimientos de mecánica, que improvisaba sobre la marcha. Todo en esta película sabe a asfalto y combustible. Y también a sal, pues Munro logró el sueño de participar en las carreras de velocidad del lago seco de Bonneville, en el estado de Utah, al que viajó desde su menuda ciudad neozealendesa.
Munro no tenía equipo, ni escudería, ni medios económicos. En la película vemos a un hombre cuya única motivación es la velocidad. Y hará lo que sea por conseguir su sueño. Aunque le cueste la vida, ya que en aquellos años le diagnosticaron un problema coronario (arteroesclerosis) que arrastraría hasta su muerte. “Me temo que sus días como motorista han terminado”, le dijeron. Ni mucho menos… También comprobamos que el mundo está lleno de gente buena, pues nada de todo aquello habría sido posible sin la ayuda de personas que no le conocían de nada, pero que se contagiaron de su pasión.
La película, sobre todo en su primer tramo, nos muestra la tierna relación del protagonista con Thomas, el hijo de los vecinos. El respeto mutuo, la inspiración del mayor sobre el menudo, la empatía entre ambos. Y los buenos ratos arreglando y mejorando la vieja Indian. No hay mejor aprendizaje que el que nos enseña a respetar y ayudar a nuestros mayores.
Terminamos con un breve diálogo de la película que es un buen resumen de lo que intenta explicar:
– Burt, ¿no te da miedo sufrir un accidente?
– No. Vivo más llevando la moto a su máxima velocidad que lo que algunos habrán vivido a lo largo de toda su vida.
Foto cabecera: Osx II | Wikimedia