En principio, saber cuándo cambiar las pastillas de freno de una moto con frenos de disco es simple: la parte que entra en contacto con el disco de freno debe ser visible. Su desgaste debe ser verificable por el mismo usuario.
Al depender de la manera en que conduces, y en particular, del modo en que usas los frenos, no puede darse una cifra de kilometraje concreta de cuándo debe efectuarse el cambio. No es como el aceite: «cada 10.000 km.”
Circular más en ciudad que en autopista, por ejemplo, contribuirá a la mengua de su vida útil.
Las pastillas se componen de dos partes diferenciadas. Una “pastilla” propiamente dicha, la que “roza” el disco, se une por pegado a una “placa” metálica que es empujada por los bombines de la pinza de freno.
Para resolver su cambio urgente, hay que verificar que el grosor de la “pastilla” no sea menor de unos 2 milímetros.
Nunca salgas de viaje sin cambiarlas antes si estás ya por debajo de este punto crítico. Las ranuras que las recorren en dirección radial son la mejor referencia para este control. Para verificar que “aún quedan pastillas”, deberás situarte de frente a la moto y, si es necesario, enfocar con una linterna la zona de contacto.
Al circular sin tenerlas en condiciones, el problema es múltiple. Por un lado, la eficacia y potencia del sistema de frenos es mucho menor. Las pastillas se calientan mucho más, y ello disminuye su capacidad de frenada. Además, la acumulación de calor puede causar burbujeo por ebullición del líquido de frenos. El tacto de la maneta o pedal será esponjoso y exigirá bombear hasta conseguir que actúe.
Por último, si la capa de material de fricción –llamado por nuestros abuelos “ferodos”- desaparece hasta que la placa metálica de soporte toque directamente al disco, éste se rayará. Además de causar un ruido por roce que aparecerá sólo en el momento de frenar, la superficie del propio disco quedará afectada hasta el punto que será necesario su reemplazo.
Nunca olvides que tener que cambiar los discos por simple desatención es ¡muy caro!
También nos podemos ver en la situación de que tengamos que sustituir el disco de freno, pero consideremos que aún nos queda pastilla por usar.
En ese caso ¡también hay que cambiar las pastillas!
Estarán adaptadas al desgaste del anterior disco y no casarán correctamente con un disco nuevo.
Otro de los motivos de cambio es que las pastillas se hayan “cristalizado”. Aunque este defecto es cada día menos habitual por la mejora de los materiales, un calentón extremo –bajando un puerto con uso y abuso de los frenos, por ejemplo- pueden haber fundido la superficie de las pastillas.
Un lijado sobre un mármol de la cara de contacto puede devolverles la buena salud.
Otro porqué de proceder a su retiro es si alguna de las dos barras de la suspensión delantera pierde aceite y éste termina cayendo sobre la pinza de freno y manchando las pastillas.
Su material quedará afectado y la pérdida de capacidad de “rozamiento” y frenado obligará a su sustitución. Para terminar, debes saber que deberás cambiar todas las pastillas de freno de cada rueda al mismo tiempo.
Aunque es cierto que se suelen gastar todas por igual, sobre todo en el caso de las pinzas modernas de anclaje radial, no “aproveches” las de un lado u otro cambiando sólo éstas: la diferencia de rendimiento podrá afectar la estabilidad de la frenada. Y esta es fundamental para tu seguridad de marcha.