¿Cuál es el “mecanismo” más potente de tu moto? Efectivamente, no es el motor, son ¡los frenos!
Los actuales discos de carbono son capaces de ofrecer una aceleración mayor –en este caso, ¡desaceleración!- que es el más poderoso motor de una MotoGP.
¿Cómo han evolucionado los frenos de nuestras motocicletas hasta conseguir tal poder?
Desde el primer “celerífero”, -aquel remoto velocípedo inventado por el francés Comte Mede de Sivrac en 1790 que se impulsaba con los pies-, ha sido siempre tan necesario correr como frenar.
Aquellas primitivas bicicletas se detenían de un modo muy simple: rozando las suelas directamente con el suelo. No se adoptaron hasta después unos primitivos frenos de fricción. Poco más que una cinta de cuero que rodeaba, rozándola al tirar de ella, una pista en forma de aro solidario a la rueda.
Las primeras motos no eran tampoco otra cosa que simples bicicletas con motor. Tomaron de ellas sus primeros frenos “por zapata”, similares a los de nuestras bicicletas infantiles.
Ya sabes, una maneta, un cable, unas levas articuladas, y unas zapatas que rozaban el lateral de la propia llanta.
La evolución, ya a inicios del siglo XX, llevó a la aparición de los primeros frenos de tambor. En ellos, siempre accionadas por cables metálicos, unas mordazas se expandían radialmente hasta tocar el interior de una pista mecanizada en el propio buje de la llanta.
Para aumentar el rozamiento y, con él, la fuerza de frenada, dichas mordazas se forraban con unas zapatas hechas de material de alta fricción. Aquellos primeros tambores eran de “simple leva”.
Una de las dos mordazas circulares que lo conformaban actuaba “a contracuña” y era por ello menos eficaz. La solución fue el desarrollo de tambores de doble y cuádruple leva.
Como no, aumentaron tanto la potencia de frenada disponible como su resistencia al calentamiento.
La primera gran revolución se produjo allá por los años setenta del siglo pasado. Llegaron a las motos los primeros frenos de disco, desarrollados en el mundo del automóvil. En ellos, unas pinzas con bombines hidráulicos presionaban unas “pastillas de fricción” que “mordían” unos discos metálicos solidarios al buje y a la propia rueda. Con ellos, la potencia disponible en la maneta de freno de los pilotos del Mundial creció de modo exponencial.
La historia es ya conocida: el diámetro de dichos discos no ha dejado de crecer hasta alcanzar los 340 mm en las actuales MotoGP, y se han ido adoptando equipos más y más sofisticados: pinzas de cuatro pistones y con anclaje radial, bombas de leva directa.
De la aeronáutica llegó la otra gran revolución a los frenos de las motos: los discos de carbono exclusivos para las MotoGP. Para contener los costes, y según reglamento, no pueden ser usados en las categorías inferiores.
El resultado, el que citábamos: los frenos actuales son tan potentes que su límite no estriba en su falta de fuerza para detener la moto, sino en dos efectos colaterales.
En primer lugar, el agarre disponible en el neumático delantero es siempre limitado.
Pero aún más importante es que actuando a tope de su potencia, un freno de disco de carbono es capaz de hacer que ¡la moto se de la vuelta hacia delante en un “front-flip” fatal!
La evolución de los sistemas de frenado no ha detenido desde aquellos primeros tiempos del motociclismo. Ahora, la pregunta que todos nos hacemos es: ¿Llevarán algún día nuestras motos frenos electromagnéticos?